¡Hola! ¿Qué tal os ha tratado el verano? Tras unas vacaciones atípicas y llenas de incertidumbre, como las de todos y todas, hoy he vuelto al blog para tratar de resolver algunas de las dudas más frecuentes que surgen cuando se habla de los trigger warnings y su potencial uso. Algo que fue y sigue siendo objeto de debate cada poco tiempo en el mundo literario (y fuera de él). ¿Qué son? ¿Cuándo hay que utilizarlos? ¿Son spoiler? ¿Se necesitan realmente o son un concepto novedoso y fugaz? He hecho una revisión exhaustiva del término, y aquí os vengo a contar mis impresiones.
¿Qué es un trigger warning?
¿Qué es, exactamente, un trigger warning? Un trigger warning no es otra cosa que un aviso de contenido previo a la lectura de una novela, a la visualización de una película o serie, etc., que tiene como objetivo avisar a la persona del contenido potencialmente delicado que puede encontrar y que puede suponer algún tipo de impacto emocional, especialmente si esa persona ha experimentado algo similar en el pasado. Por lo tanto, tienen una función de protección.
Los trigger warnings más habituales son aquellos que hacen referencia a contenido de abuso sexual, violencia en todas sus formas y trastornos de salud mental.
¿De dónde proviene este término? La definición clásica de trigger es la de un disparador actuando como un objeto, recuerdo, situación, imagen, olor, sabor, etc., que provoca una determinada reacción en la persona de manera automática. Podríamos definirlo de otra manera, decir que es un reflejo. Por ejemplo, tras una ruptura: ver ciertas fotografías, ir al restaurante al que siempre ibas con esa persona o escuchar una canción que a ambos os gustaba puede desencadenar sentimientos de tristeza, rabia, dolor… sobre todo si es algo reciente. Es algo que sucede, no puede evitarse.
Este tipo de advertencias comenzaron a usarse en la literatura psiquiátrica para referirse al trastorno de estrés postraumático (TEPT), puesto que entre su sintomatología se encuentran los pensamientos intrusivos y los flashbacks. Estos son condicionados, es decir, se originan en su mayor parte por la amplia gama de disparadores que rodean la vida de una persona. Ciertas imágenes o pensamientos causan un recuerdo vívido y nítido de los eventos traumáticos experimentados en el pasado; en otras palabras, la persona revive esos sucesos y el miedo intenso que los acompañó originalmente en presencia de algo que le recuerde a dicho suceso. Alguien que haya sufrido un accidente de tráfico, por ejemplo, puede re-experimentar las sensaciones vividas en ese accidente cada vez que tenga que montar en un coche, lo que termina por condicionar el miedo.
De esta manera, los trigger warnings surgieron para adherirse al sentido postraumático del término. Alertaban a víctimas de agresiones físicas o sexuales de que el material que a continuación iba a presentarse podría despertar esos recuerdos traumáticos, preparándolas para dicha confrontación. Desde entonces, el uso de los trigger warnings ha ido expandiéndose a toda clase de medios, dando paso a una definición mucho más amplia, laxa y social. Las advertencias de contenido ahora hacen referencia no solo a material que incluya un trauma sexual, sino a todos aquellos temas que puedan resultar potencialmente ofensivos o conflictivos (insectos, corriente política, sangre, muerte, por citar algunos). ¿El objetivo? Abarcar cualquier cosa que pueda suponer un foco de conflicto para la persona que consume dicho contenido y evitar así su posible malestar.
Controversia
El problema u origen del debate con los TW comienza en esa palabra: evitar. Gran parte del contenido de una novela que ahora está sujeto a los trigger warnings no presenta una asociación directa con el trauma, psicológicamente hablando. Richard McNally, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, señaló que la finalidad de los trigger warnings era ayudar a las personas que tuvieran TEPT a evitar cosas que pudieran desencadenar imágenes relacionadas con su experiencia traumática y prevenir el malestar. Sin embargo, también indicaba que la evitación refuerza el TEPT y es incompatible con su tratamiento, que consiste precisamente en la exposición sistemática y controlada a los factores desencadenantes del mismo y los recuerdos que esto provoca. Metin Basoglu, psiquiatra especializado en este trastorno, aseguró que los medios de comunicación debían alentar esta exposición en lugar de fomentar la evitación para así evitar otros posibles trastornos comórbidos, como la depresión o la ansiedad.
Vamos con la evidencia empírica. En un estudio que evaluó directamente sus efectos, se descubrió que las personas que no cursaban los síntomas del trauma en ese momento, vieron aumentada su ansiedad al leer las advertencias de contenido de un texto con material potencialmente perturbador, aunque solo para los que creían que las palabras pueden producir daño a nivel psicológico. Los trigger warnings también redujeron su nivel de resiliencia (la capacidad natural que tiene una persona para superar los eventos traumáticos o situaciones difíciles que se produzcan a lo largo de su vida). Esto quiere decir que, paradójicamente, los trigger warnings actúan a su vez de trigger warnings. Un segundo estudio tampoco encontró pruebas de que fueran útiles para las personas que han atravesado un trauma, para las personas que tienen un TEPT o para aquellas que en el estudio podían tener un posible TEPT, pero sí que se ha hallado evidencia de que los trigger warnings refuerzan el trauma y resultan contra terapéuticos. ¿Por qué? Porque refuerzan la idea del trauma como algo central para la identidad. El trauma pasa a ser una etiqueta, un rasgo más de la persona, y corre el riesgo de cronificarse.
Antes también hablábamos de la expansión de los trigger warnings, cómo el término ha ido inflándose y englobando temas que pudieran representar un potencial conflicto. Esto, a priori, no tendría por qué implicar un cambio en la función. Pero deberíamos preguntarnos (o, al menos, yo lo he hecho para redactar este artículo) si la dirección que están siguiendo los TW en la actualidad es la indicada o si se está desvirtuando la palabra a nivel psicológico.
Muchos de los triggers que se han propuesto en el mundo editorial recientemente se diferencian en el tono emocional, automaticidad, prevalencia, referencia personal e intensidad de los desencadenantes clásicos asociados al trauma físico y sexual. Estas nuevas advertencias pueden provocar un abanico de emociones en el lector (tristeza, ansiedad, disgusto), pero no se desencadena la misma respuesta que a un trauma. La huella del trauma es el miedo o el terror intenso: es automático, relacionado directamente con una experiencia personal, difícil de ignorar, supone cambios en reacciones físicas y emocionales, evitación… Según un estudio realizado en España en el año 2006, la prevalencia del TEPT en la población general es del 1,95 %. ¿Y esto qué nos dice? Que se realiza una equiparación equivocada entre los avisos de contenido a un potencial trauma y los avisos que han surgido en estos últimos años.
Vamos a tomar como referencia un trigger warning que he visto recientemente: sangre. Es normal que muchas personas experimenten cierto disgusto por la sangre, que la lectura de determinadas escenas sangrientas o gore puedan producir malestar, incomodidad, aversión, pero raras veces este malestar alcanza grados patológicos ni responden a una experiencia traumática. Obedecen a una respuesta general de rechazo. Puede que no nos gusten las arañas, ni hablar de la muerte, pero estos sentimientos difieren, como podréis comprobar, del trauma. Hay casos y casos, evidentemente. No es lo mismo tener fobia a los insectos o haber perdido recientemente a un ser querido. Pero la idea queda bastante clara, ¿verdad?
En España no es tan habitual usar trigger warnings para referirse a ideologías o causas sociales (o, al menos, no conozco ningún libro que los tenga), pero es interesante estudiar sus diferencias con el miedo traumático, ya que implican una valoración moral, no tan automática. Citando una de las fuentes que he usado para referenciar este artículo (y que encontraréis más abajo): “La ira que experimentamos cuando nos ofendemos no es generada por un mecanismo involuntario similar a un gatillo, sino por un complejo proceso de cognición moral”. No se responde de la misma manera que al trauma. Por ejemplo: encontrarnos con un personaje machista, leer situaciones racistas o clasistas… Es normal experimentar una respuesta de ataque, reaccionar en nombre o como parte del grupo que percibimos que está siendo atacado, pertenezcamos a él o no. Es una reacción completamente válida; queremos defender algo que percibimos injusto, algo que estamos cansados de ver todos los días, de sentir. Pero, como también concluye el artículo referenciado, utilizar los trigger warnings para advertir de esta clase de contenido implica unir las dos vertientes de significado, el miedo patológico o trauma a las causas sociales moralmente reprobables. Y ya hemos visto que no actúan de la misma manera. Así que… ¿qué hacemos?
Entonces… ¿trigger warnings: sí o no?
Creo que hay que responder a esa pregunta analizando el término a los dos niveles que hemos comentado anteriormente: el psicológico, empleado para los pacientes con TEPT, y el término más reciente, social, que ha expandido su uso a muchos otros temas.
Comienzo por la intención original de los trigger warnings: prevenir el malestar de las personas que han sufrido un trauma físico o sexual al enfrentarse a un determinado contenido que pudiera ser problemático para ellos. La evidencia es clara al respecto: no solo no cumplen su objetivo, sino que refuerzan el miedo y pueden convertir el trauma en una seña de identidad (cronificarlo). Además, como también hemos visto, el trigger actúa como disparador propio, y puede resultar más perjudicial que el contenido del que intenta avisar. Superar un trauma implica tener una vida libre de disparadores, poder recuperar la normalidad en todos los ámbitos y que los recuerdos no produzcan miedo ni tristeza. Y la única manera de conseguirlo es, precisamente, mediante la exposición. Así que es un poco contraproducente fomentar lo contrario, más ahora con el resultado de estos estudios. Los problemas psicológicos deben tratarse. Siempre.
El famoso fenómeno de la evitación experiencial también influye: sucede cuando una persona no quiere ponerse en contacto activamente con eventos privados que le reportan una sensación, emoción o pensamiento negativo e intenta evitarlos alterando su vida, lo que provoca un cambio desorganizado en todos los ámbitos (social, personal, laboral…). ¿Esto que implica? Una reducción de la zona de confort y un recorte del repertorio conductual del individuo que aumenta el miedo y lo predispone a otros problemas psicológicos. Por ejemplo, imaginemos a una persona con ansiedad social. Las reuniones con mucha gente o las aglomeraciones son disparadores de su ansiedad; si en lugar de afrontarla se encierra en casa o evita el contacto con otras personas, verá reducido su círculo de amistades, tendrá dificultades para asistir a eventos que le interesen y conocer gente nueva, no podrá ir por la calle a ciertas horas… Si la solución no pasa por enfrentarse a ese miedo (con ayuda en los casos patológicos), estará dejando de hacer cosas que le gustan y vivirá a medias por culpa de esa evitación.
Hay temas que resultan especialmente dolorosos y que recuerdan a épocas malas de nuestra vida; a veces nos podemos ver proyectados en personajes que están atravesando una situación complicada y sentimos su tristeza tan honda y profunda como si fuera la nuestra, pero todo proceso de superación implica mirar a nuestros problemas de frente en el momento en el que estemos preparados, cuidado. Y aquí viene mi opinión respecto al uso de los trigger warnings en casos de índole psicológico: me parece que pueden servir de alarma para aquellas personas que están atravesando un problema de salud mental, que son el impulso que podíamos adoptar para buscar ayuda profesional si leer, ver o rememorar ciertas cosas despierta en nosotros síntomas de algún posible trastorno. Creo que tenemos que escucharnos más, aprender a conocernos, y desgeneralizar la creencia de que lo malo desaparece si no podemos verlo.
Somos agentes activos de nuestro cambio. Tenemos que serlo.
Y ahora voy a opinar de la otra vertiente de los TW, la más reciente: su uso generalizado para conceptos que abarcan desde lo moralmente reprobable (tortura, asesinato, secuestro) hasta sentimientos negativos (paranoia, culpa), pasando por cosas escatológicas (sangre, vómito). Conocida la diferencia con el mecanismo de activación que dispara el trauma y otros síntomas patológicos, quizás podría emplearse otro término más neutral. En algunos contextos ha comenzado a usarse content warning, que aquí podríamos traducir como “advertencia de contenido sensible” para referirse a los términos descritos más arriba. Es más apropiado, porque ya sabemos que un trigger puede actuar como disparador debido a su asociación con las propias referencias personales.
Esta es una posible solución, acertada para ambas partes. Sin embargo, me gustaría lanzar una reflexión. Siempre me he sentido como si anduviera por arenas movedizas al hablar de este tema debido a la corriente tan instaurada que hay en la actualidad respecto a los TW y que promueve su uso en casos que, a mi parecer, podrían no requerirlo. El concepto herida es tan amplio y tan inespecífico que distorsiona la función principal de estas advertencias, y no comprendo cómo podría ser de ayuda. Obedece a experiencias particulares que necesitarían de una mayor complejidad y referencia. Además, al igual que sucede con el término original, la idea que nos formamos en la cabeza al leer el content warning previamente al contenido del texto puede ser más perjudicial para nosotros que lo que nos encontremos después. Podemos sentir malestar al pensar en una herida que nos hicimos en un accidente reciente, por ejemplo, y al leer el texto descubrir que no era una herida ni remotamente parecida, ni siquiera producida en el mismo contexto, ni de la misma forma.
¿Esto quiere decir que los trigger warnings o content warnings son malos o innecesarios? La evidencia es clara respecto a los primeros, los segundos todavía son objeto de estudio en cuanto a qué términos lo engloban y la utilidad de cada uno. Creo que debería haber unidad respecto a su uso y al lugar que se les debería conceder en cualquier medio; sabemos que pueden ser disparadores, así que quizás habría que colocarlos en las últimas páginas de un libro (indicando que se encuentran allí, para que cualquier persona pueda acceder cuando así lo requiera), por ejemplo.
Tampoco podemos criminalizar que no se utilicen en algunos casos; es normal que existan ciertas dinámicas o situaciones que produzcan malestar, rechazo, asco, tristeza. Las emociones son un continuo, una curva, oscilamos en mayor o menor medida dependiendo de nuestra interacción con el mundo. Estar triste no significa tener depresión. Que te den asco las arañas no implica tener una fobia. Tener ansiedad no es lo mismo que tener un trastorno de ansiedad. Hay ciertas escenas de un libro que están pensadas para provocar emociones de esa índole en el lector, sin pasar al otro extremo. Parece que la sociedad nos ha acostumbrado a buscar esa falta de grises, a tender al hedonismo más absoluto, a una sobreprotección que no deja mirar más allá, que acorta nuestra capacidad de resiliencia hasta emborronar sus límites. Las palabras son solo palabras. No les entreguemos más poder.
Referencias
·https://www.fisterra.com/guias-clinicas/diagnostico-manejo-trastorno-por-estres-postraumatico/
·https://en.wikipedia.org/wiki/Trauma_trigger#Trigger_warnings
·Jones, Payton; Bellett, Benjamin; McNally, Richard (2020). «Helping or Harming? The Effect of Trigger Warnings on Individuals With Trauma Histories». Clinical Psychological Science.
·Bellet, Benjamin W.; Jones, Payton J.; McNally, Richard J. (2018). «Trigger warning: Empirical evidence ahead». Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry.